Una meditación de san Alfonso María de Ligorio*
apropiada para los días de carnaval, que el patrono de los confesores y moralistas califica como días de extravagancia diabólica, en los que Jesús será crucificado
cientos y miles de veces.
Consummabuntur omnia quae scripta sunt per prophetas de filio hominis – “Se cumplirá en el Hijo del hombre todo lo escrito por los profetas” (Lc 18, 31).
No es sin una razón mística que la Iglesia nos propone la meditación de Jesucristo prediciendo su dolorosa Pasión. Como nuestra buena Madre, quiere que nosotros, sus hijos, nos unamos a ella para compadecer a su divino Esposo y consolarlo con nuestras oraciones, mientras los pecadores, en estos días más que en otros, renuevan todos los ultrajes descritos en el Evangelio. Quiere también que roguemos por la conversión de tantos infelices, hermanos nuestros. ¿No tenemos suficientes razones para hacerlo?
En estos tristes días, los cristianos —y tal vez algunos de los más favorecidos entre ellos— traicionarán a su divino Maestro como Judas y lo entregarán en manos del demonio. Lo traicionarán, ya no en secreto, sino en las plazas y en la vía pública, ¡haciendo ostentación de su traición! Lo traicionarán, no por treinta monedas, sino por cosas aún más viles: ¡por la satisfacción de una pasión, por un vil placer, por una diversión pasajera!
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Presencia del demonio en el Carnaval, Rio de Janeiro
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Illudetur, flagellabitur et conspuetur – “Será escarnecido, insultado y escupido” (Lc 18, 32). Una de las bajezas más infames que Jesucristo sufrió en su Pasión fue que los soldados le vendaron los ojos y, como si no pudiera ver nada, le cubrieron de esputos y le abofetearon, diciendo: Prophetiza, quis est, qui te percussit? – “Profetiza, ¿quién te ha pegado?” (Lc 22, 64). Ah, Señor mío, ¡cuántas veces te vuelven a infligir estos mismos ignominiosos tormentos en estos días de extravagancia diabólica! Personas que se cubren el rostro con una máscara, como si Dios no pudiera reconocerlas, no tienen reparos en vomitar en cualquier lugar palabras obscenas, canciones licenciosas, ¡incluso blasfemias execrables contra el santo Nombre de Dios!.
Et postquam flagellaverint, occident eum – “Y después de azotarlo lo matarán” (Lc 18, 33). Sí, porque según las palabras del Apóstol, cada pecado es una renovación de la crucifixión del Hijo de Dios. ¡Ah!, en estos días, Jesús será crucificado cientos y miles de veces. 
* Meditaciones para todos los días y fiestas del año, Herder & Cia, Friburgo, 1921, t. I, p. 279-280.