Entre las órdenes religiosas de vida activa se encuentran las antiguas Órdenes Militares y las Redentoras.
A lo largo de los tiempos, la Santa Iglesia, inspirada por el Espíritu Santo, ha creado diferentes institutos religiosos para responder a las necesidades de las almas en cada momento histórico, mostrando la fuerza de su vitalidad.
En la Edad Media existía una unión entre la Iglesia y el Estado, y la comunidad de los pueblos cristianos, fundada en la misma fe constituía la Cristiandad, una gran familia de pueblos bajo la autoridad espiritual del Papa y la primacía temporal del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Contra la integridad de la Iglesia y de la Cristiandad se alzaron continuamente enemigos de dos clases, los internos y los externos. Los primeros eran los herejes, que con sus doctrinas, espiritual y temporalmente revolucionarias, pretendían arrebatar regiones e incluso naciones enteras a la jurisdicción de la Santa Sede y del Imperio. Los segundos eran los bárbaros de Europa oriental y septentrional, por un lado, y los musulmanes de España, Asia Menor y el norte de África, por otro. Estos últimos atacaban con frecuencia las fronteras del mundo cristiano e infestaban los mares, persiguiendo a los peregrinos que acudían a visitar los Santos Lugares.
Era urgente defender la fe y la civilización católicas contra esta violencia. ¿Cómo llevar a cabo esta defensa? Para ello, la Iglesia creó las Órdenes Militares.
Se puede defender la fe con la espada
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Palacio Magistral de la Orden de Malta en Roma
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Suena muy mal a oídos acostumbrados a recibir con avidez sentencias liberales este vigoroso principio: se puede defender la fe con la espada. Pero expresa una verdad indiscutible. En efecto, la moral católica nos enseña que es lícito tomar las armas para luchar por el honor propio, el de la familia y el de la patria. ¿Por qué no habría de serlo también por la fe, el tesoro más precioso que Dios nos ha dado y confiado a la Iglesia? Más que lícito, puede ser obligatorio, pues cruzarse de brazos y esperarlo todo de Dios sería abusar de la Providencia. Para quienes quieran ver una contradicción entre la confianza en la Providencia y la actitud militante de los católicos, recordemos las palabras de santa Juana de Arco cuando le preguntaron por qué necesitaba soldados si Dios había prometido salvar a Francia: Les gens d’armes batailleront et Dieu leur donnera la victoire – “Los guerreros lucharán y Dios les dará la victoria”.
A una acción por la fuerza le sigue una reacción también por la fuerza. Y así, para confundir y abatir a los que se alzaban contra ella con las armas, la Santa Iglesia recurrió a las Órdenes Militares y de Caballería.
Características de las Órdenes Militares
La misión para la que fueron llamadas las Órdenes Militares solo podía ser ejercida por laicos, ya que los clérigos tenían prohibido derramar sangre debido a su carácter sagrado. La aparición de las Órdenes Militares abrió así un nuevo y amplio campo de acción para el apostolado laico.
Los miembros de estos institutos también debían pertenecer a la nobleza, pues su función propia es arriesgar la vida en la guerra por la defensa de la fe y el bien común.
Eran, sin embargo, verdaderos religiosos, ya que hacían votos solemnes de pobreza, castidad y obediencia, así como un voto especial de defender la causa de la Iglesia por las armas, y adoptaban una regla monástica, como la de san Agustín, san Benito o san Basilio.
Las Órdenes Militares más famosas
Nacidas en el siglo X, en tiempos del emperador Otón III, las Órdenes Militares cobraron gran impulso durante las Cruzadas. Entre otras, la Orden Hospitalaria y Militar de San Juan de Jerusalén (hoy llamada Orden de Malta), la Orden del Santo Sepulcro, los Caballeros Templarios y la Orden Teutónica destacaron por su celo y valor en la protección de los Santos Lugares.
La Orden de Malta merece una mención especial porque, además de conservar todas las características de una verdadera orden militar y su gran vitalidad, sigue teniendo el estatus de organización soberana.
La Orden de Malta en Jerusalén
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Capilla del Palacio Magistral de la Orden de Malta
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Hacia la segunda mitad del siglo XI, un grupo de marineros y mercaderes de Amalfi obtuvo licencia para construir en Jerusalén un complejo de edificios que comprendía una iglesia, un local comercial, un albergue y un hospital para los peregrinos amalfitanos. La institución tomó el nombre de iglesia de Santa María Latina e inicialmente se confió a los benedictinos para la atención del culto. En el hospital, dedicado a san Juan Bautista, el beato Gerardo Sasso fundó una fraternidad hospitalaria. Fue el núcleo inicial de un nuevo instituto religioso. El superior se llamaba Maestro y los religiosos eran hermanos que servían a los pobres. Vestían hábito y manto negros, a los que más tarde añadieron una cruz blanca de ocho puntas, que se convirtió en su signo distintivo. La asociación fue aprobada por el Papa Pascual II en 1113 y se convirtió en la Orden de Hermanos Hospitalarios de San Juan de Jerusalén. Sus miembros, que vivían como frailes según la regla de San Agustín, pronto se distinguieron por su asistencia a peregrinos y cruzados. En esta época se fundaron en toda Europa numerosas casas afiliadas al Hospital de Jerusalén.
Con la muerte del fundador y los ataques de los turcos contra el Reino Latino de Jerusalén, la Orden asumió nuevas tareas. Los Caballeros de San Juan Hierosolimitano destacaron entonces por sus hechos de armas contra los infieles en Palestina, y también por su importantísimo papel en mantener la atención del Occidente católico centrada en Tierra Santa, a través de la predicación que tenía lugar en todas las iglesias, hospitales, mansiones y encomiendas de la Orden en Europa.
La Orden en Chipre y Rodas
Una vez que los Santos Lugares cayeron bajo el completo dominio de los infieles, los Caballeros de San Juan se establecieron en la isla de Chipre, donde se dedicaron a organizar una poderosa flota con la esperanza de reconquistar Palestina. A principios del siglo XIV se trasladaron a Rodas, que ofrecía mejores condiciones estratégicas. Allí la Orden adquirió una nueva característica, la de un verdadero Estado soberano, regido por sus propias leyes, dotado de un ejército y una armada, sin reconocer otra dependencia que la de la Santa Sede.
En 1312, la Orden de los Templarios fue abolida y gran parte de su patrimonio pasó a la Orden de los Hospitalarios. Lo mismo ocurrió cuando Inocencio VIII decretó la supresión de la Orden del Santo Sepulcro en 1489. Así, los Grandes Maestres de los Caballeros de San Juan asumieron también la dignidad de Maestres de la Orden del Santo Sepulcro, llamándose a sí mismos Dei gratia Sacrae Domus Hospitalis Sancti Johannis Hierosolymitani et Militaris Ordinis Sancti Sepulchri Dominici Magister humilis, pauperunque Jesu Christi custos – “Por la gracia de Dios, humilde Maestro de la Santa Casa del Hospital de San Juan de Jerusalén y de la Orden Militar del Santo Sepulcro del Señor y defensor de los pobres de Jesucristo”. Con el aumento del número de Caballeros, que acudían de toda Europa, se formaron grupos nacionales o regionales, conocidos como “lenguas”, cada uno con un líder, al que más tarde se le otorgaba un cargo en el gobierno de la Orden, como almirante, mariscal, gran comendador y otros.
Con Rodas como base de operaciones, los Caballeros de San Juan emprendieron varias expediciones a Asia, infligiendo numerosas derrotas a los turcos. Tras la caída de Constantinopla en 1453, los infieles avanzaron hacia el oeste de Europa, y el único bastión del cristianismo en Oriente seguía siendo Rodas. Los turcos no pudieron soportar esta situación. En 1522 atacaron la isla con un tremendo despliegue de fuerzas: 700 navíos de guerra y 200.000 hombres. La defensa de Rodas, llevada a cabo por 300 caballeros, 300 escuderos, 5.000 soldados regulares y algunos miles de hombres reclutados en la isla, fue una de las mayores batallas navales de los tiempos modernos. La resistencia duró cinco meses, al final de los cuales los Caballeros, en inferioridad numérica y cubiertos de gloria, capitularon honorablemente.
La Orden en Malta
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Sitio de Acre, Dominique Papety, 1845 – Óleo, Versalles
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Unos años más tarde, el emperador Carlos V concedió a los valientes supervivientes de la batalla de Rodas la soberanía sobre la isla de Malta, con la condición de que ocuparan y defendieran Trípoli. Fue una pesada carga que los Caballeros soportaron durante más de veinte años, y al final se vieron obligados a abandonar la ciudad africana, conservando el dominio de Malta.
Una de las páginas más gloriosas de la historia de la Orden fue la defensa de la isla contra las fuerzas de Solimán el Magnífico. Orgulloso de sus innumerables victorias en tierra, y preocupado por los reveses que la armada de los Caballeros de Malta le infligía con frecuencia, decidió acabar de una vez por todas con su poder. El asalto mahometano comenzó en mayo de 1565. Más de 200 barcos y 50.000 hombres se lanzaron contra la isla, mientras que las fuerzas de la Orden se componían de 600 caballeros y ayudantes de armas y 8.000 soldados. Tras casi cuatro meses de lucha, el enemigo, que había perdido 20.000 hombres, levantó el asedio y se retiró. En honor del heroico y valeroso Gran Maestre, Juan de La Valette, se construyó la ciudad que lleva su nombre y que aún hoy es la capital de la isla.
Los Caballeros nunca dejaron de castigar a los turcos hasta que, en el siglo XVIII, con el declive del poder musulmán, se centraron principalmente en reprimir a los piratas que infestaban el Mediterráneo.
Por desgracia, todo lo que tiene que ver con el hombre es precario. El siglo XVIII vio un periodo de decadencia para la Orden, y la isla, antaño inexpugnable, fue conquistada sin dificultad por Napoleón en 1798, y luego pasó a dominio británico. La Orden de Malta parecía destinada a morir.
La Orden en la actualidad
Sin embargo, la Providencia acudió en ayuda de esta ilustre familia religiosa. Reformada por León XIII a finales del siglo XIX, tras muchas vicisitudes retomó sus antiguas funciones hospitalarias y asistenciales, reanudó el contacto con los Caballeros dispersos por todo el mundo y comenzó su labor benévola y tradicional en nuevas condiciones.
Su sede se encuentra actualmente en Roma y el Soberano Gran Maestre de la Orden es Su Alteza Eminentísima John Timothy Dunlap.
Perspectivas de futuro
A primera vista, parecería que la Orden de Malta está condenada a desaparecer, ya que la época de las Cruzadas ha terminado definitivamente; la función de la nobleza está aparentemente acabada; el Caballero de Malta, que es a la vez religioso y laico, parece un anacronismo dentro de la vida actual de la Iglesia, en la que todas las grandes órdenes religiosas masculinas son sacerdotales.
Sin embargo, la realidad es que la defensa de la Iglesia por las armas puede de un momento a otro volverse más necesaria que nunca; es por tanto falso que en nuestro tiempo ya no haya ambiente para el espíritu de las Cruzadas. Al contrario, tiene un papel insustituible que desempeñar en la inmensa obra de restauración de todas las cosas en Cristo, papel que se extiende —como dijo el Papa Pío XII en un discurso a la nobleza romana— a las aristocracias no definidas jurídicamente, pero existentes de hecho en América. Por último, nos encontramos precisamente en el momento en que el apostolado de los laicos está cobrando un gran impulso. 