 |
Según sus contemporáneos, los ojos de Bernardita, “aparecían límpidos y puros. Se tenía la impresión de que en ellos hubiese quedado algo del resplandor de las apariciones”, lo cual atestigua Mons. Trochu.
|
La Salette (1846), Lourdes (1858) y Fátima (1917), las tres grandes apariciones de la Santísima Virgen en los tiempos modernos. Tres mensajes, tres secretos, seis pastorcitos… Pareciera que la Madre de Dios quiso mostrar su preferencia por las almas puras y sencillas de niños alejados del contexto de las ciudades: desencajadas incluso del establishment cultural, pues todos son analfabetos y apenas conocen el catecismo. Sin embargo, al ser interrogados por las autoridades eclesiásticas y temporales sobre el contenido de las apariciones, demostrarán que tienen aquella sabiduría que Dios muchas veces no concede a los sabios y prudentes, sino que da a los pequeñitos…
Otra nota común a las tres apariciones: los pedidos de oración y de penitencia. Si en La Salette y en Fátima la Virgen indicó explícitamente estos medios para evitar el castigo, en Lourdes fue casi una súplica.
Desde el estricto punto de vista de los mensajes, La Salette y Fátima parecen dirigidos más lejos, es decir, a Francia y al mundo. Lourdes tendría un carácter local, casi personal. No hubo allí grandes revelaciones públicas y los secretos según parece solo atañen a la vidente.
Sin embargo, esta gruta perdida en las estribaciones de los Pirineos sirvió de trono a la Reina del Cielo para ratificar, por medio de sus labios celestiales, el dogma de su Inmaculada Concepción proclamado cuatro años antes por el inmortal beato Pío IX, lo cual tiene un alcance verdaderamente universal, que abarca a toda la Iglesia.
Lourdes se ha convertido en uno de los mayores centros de peregrinación mariana del mundo. Los innumerables milagros que han tenido lugar allí desafían a los incrédulos y pueden ser comprobados científicamente por peritos de todas las latitudes… María Santísima ha vinculado a este lugar con gracias materiales como no lo ha hecho en ninguna otra parte.
¿Por qué la Providencia quiso emplear dos testigos en La Salette (Melania y Maximino), tres en Fátima (Lucía, Francisco y Jacinta) y solo a Bernardita en Lourdes? Es de suponer que en las dos primeras, el contenido de los mensajes revelados requería el testimonio de más de un vidente. En Lourdes, bastó que Bernardita fuera la depositaria de los actos y palabras de la Santísima Virgen. Por eso se imponía que ella fuera, más que los demás, un testigo viviente de la autenticidad de sus revelaciones. Y realmente así fue. En esto, prácticamente todos sus contemporáneos están de acuerdo, como veremos.
Tesoros de la Fe presentó anteriormente una densa temática sobre Lourdes, sus mensajes, la vidente, los milagros que allí se produjeron, etc. (cf. Luis Dufaur, En Lourdes, Nuestra Señora coliga a sus hijos para la victoria final, n.º 74, febrero de 2008). Por ello, aquí nos limitaremos a destacar uno que otro aspecto del alma y la personalidad de santa Bernardita. Nos ha parecido oportuno abordar este tema, teniendo en cuenta la proximidad de la fiesta de la Virgen de Lourdes, que se celebra el 11 de febrero.
En sus facciones se descubría la efusión de un alma pura
Semejante “a los profetas de la ley antigua, cuyos actos y vida constituían una confirmación sensible de las grandes verdades anunciadas por ellos, no tendrá como misión única el transmitir las voluntades celestiales, sino que practicará ‘obras que hablan’…” a favor de sus visiones; así lo señala uno de sus más destacados biógrafos (RL, p. 154).*
 |
Esta imagen de Nuestra Señora de las Aguas se encuentra en los jardines del convento de Saint-Gildard, en Nevers. Ella recordaba vagamente, según Bernardita, la sonrisa de la “Señora”, lo que no sucedía con la imagen que fue colocada en la gruta de Massabielle.
|
¿Qué obras? ¿Grandes milagros? ¿Levitaciones? ¿Éxtasis resonantes que atraían a las multitudes? No. Después del ciclo de apariciones, todo es sencillo, humilde y sin pretensiones en la hija del molinero de Lourdes, que ha caído en la más extrema indigencia. Menuda de cuerpo, “parecía tener unos doce años, pero tenía catorce”, afirma una persona describiéndola en el mismo momento en que respondía a una investigación policial destinada a hacerle negar los hechos sobrenaturales de los que era testigo. No obstante, “su cara era fresca y redonda; su mirada acusaba gran dulzura y sencillez. El timbre de su voz, aunque algo fuerte, resultaba agradable. … Sus vestidos eran pobres, pero limpios” (FT, p. 138).
El procurador imperial y consejero del Tribunal de Apelación de Pau, Dutour, encargado de una investigación sobre los hechos, dejó este otro relato de la vidente: “La primera impresión que daba Bernardita Soubirous era de gran sencillez, casi de trivialidad. … Sin embargo, cuando hablaba, su palabra ingenua, su acento sincero y convencido inspiraban confianza. Es también cierto que, cuando manifestaba algún sentimiento noble o un pensamiento nada común, se dibujaba en sus facciones una gracia más penetrante por la que se descubría la efusión de un alma pura” (FT, p. 129). Y este testigo es insospechable…
Por eso mismo se pudo afirmar: “Durante las apariciones, Bernardita en éxtasis era un testigo sin saberlo. La transfiguración de su rostro y el ímpetu de su plegaria han conmovido y convertido a muchos testigos presenciales [de las apariciones], sin que ella se percatase de ello” (RL, p. 77).
Afable, con la misma sencillez, atendía a quienes acudían a ella, tanto grandes como humildes: “a disposición de todos, ha edificado a unos y asombrado y confundido a otros”. Lo confirma el párroco de Lourdes, Dominique Peyramale, en un comienzo adversario de las apariciones (RL, p. 85).
La sonrisa que convierte
Veamos aquí un caso concreto y conmovedor. El conde de Bruissard, veraneando en los alrededores, se enteró por los periódicos de lo que ocurría en Lourdes. Ateo, “espíritu fuerte”, quiso divertirse intentando hacer caer a la vidente en contradicción. La encontró en la puerta de su casa, remendando calcetines. Le formuló un largo y detallado interrogatorio y quedó sorprendido por la seguridad de sus respuestas. Entonces le preguntó a quemarropa:
 |
P. Dominique Peyramale
|
—“Vamos a ver, ¿cómo sonreía esa hermosa señora?
La pastorcilla —narra él— me miró con extrañeza y, después de haber guardado un corto silencio, me dijo:
—¡Oh, señor! Se tendría que ser del Cielo para poder sonreír de semejante modo.
—¿No podría hacer algo semejante para mí? Soy un incrédulo y no creo en sus apariciones.
El rosto de la niña se ensombreció:
—Entonces, señor, ¿cree usted que soy una embustera?
Me sentí desarmado. No, Bernardita no era una embustera, y casi estuve a punto de ponerme de rodillas para pedirle perdón.
—Ya que usted es un pecador —dijo—, voy a imitar la sonrisa de la Virgen.
La niña se levantó muy lentamente, juntó las manos y dibujó una sonrisa celestial como yo no había visto nunca en labios mortales. … Seguía sonriendo, con los ojos mirando al Cielo. Permanecí inmóvil delante de ella, persuadido de haber visto sonreír a la Virgen a través del rostro de la vidente” (FT, p. 276).
Bajo la influencia de una gracia arrebatadora, el antiguo incrédulo se dirigió inmediatamente a la gruta, donde se convirtió.
A pesar de este aspecto profundo y casi místico, Bernardita estaba dotada de un espíritu alegre y jovial que se manifestaba tanto en el patio del colegio de las Hermanas de la Caridad, donde había sido acogida, como en lo que los franceses llaman tan finamente esprit de répartie, el don de las respuestas rápidas y al punto.
Un sacerdote, por ejemplo, para ponerla a prueba, le dijo que como la Virgen le había prometido el Cielo, no tendría que preocuparse por su alma:
—“¡Oh, señor cura —respondió ella—, yo iré al cielo, si hago lo que es conveniente!
—Pero, ¿qué entiendes tú por ‘hacer lo que es conveniente’?, insistió el sacerdote.
—¡Oh, eso no tengo que decírselo a usted, señor cura!” (RL, p. 82).
“El pecado es la mayor de todas las desgracias”
Recibida en el convento Saint-Gildard de las Hermanas de la Caridad y de la Instrucción Cristiana de Nevers, Bernardita combatió el buen combate hasta su muerte. Debido a su siempre precario estado de salud, cuando no estaba en la enfermería como paciente, lo hacía como enfermera. En este puesto la sorprendió la guerra franco-prusiana, en 1870. El convento fue transformado en hospital de campaña y las religiosas más jóvenes fueron enviadas a otras casas del Instituto. Mientras tanto, el obispo de la ciudad quiso retener a Bernardita para salvar a Nevers.
Una noche, toda la comunidad, además de un gran número de habitantes de la ciudad, vieron en el cielo que “todo el horizonte estaba cubierto y parecía un mar de sangre”. Bernardita exclamó: “¡Y son capaces de no convertirse aún!” (FT, p. 400). ¿Quiénes?
—Los franceses. Para ella los invasores eran los ejecutores de la justicia divina. “¡Tendríamos más necesidad de llorar que de alegrarnos al ver a nuestra pobre Francia tan empedernida y tan ciega! ¡Cómo Nuestro Señor es ofendido!”, escribe la santa a la superiora del hospital de Lourdes en la Pascua de 1872 (MSP, p. 178). Y cuando el enemigo se aproximó a Nevers y se colocaron cañones en la terraza del convento, le preguntaron si no temía a los prusianos. Ella respondió: —“Yo temo únicamente a los malos católicos” (RL, p. 135).
Más tarde, en 1876, escribirá a su hermana: “El buen Dios nos castiga, pero siempre como un padre. Las calles de París se han visto regadas por la sangre de un gran número de personas; esto no bastó ni para ablandar los corazones endurecidos en el mal; ha sido necesario que las calles del Mediodía se hayan visto lavadas con sangre y haya habido también sus víctimas. ¡Dios mío, qué ciego está el hombre si no abre el corazón a la luz de la fe, después de tan horribles desgracias! ¿No nos sentimos tentados de preguntar quién ha sido el causante de tan terrible castigo? Escuchemos bien y oiremos una voz que desde el fondo del corazón nos dice: es el pecado; sí, el pecado es la mayor de todas las desgracias, lo que atrae sobre nosotros todos estos castigos… Estos son los beneficios y las satisfacciones que nos proporciona el pecado” (FT, p. 454-455).
Un día, leyendo un relato de batallas que se cree que tuvieron lugar en 1870, exclamó: “¡Oh este libro me inspira el deseo de partir para la guerra!” (RL, p. 145). Este aspecto combativo y militante del alma de Bernardita queda patente en la carta que escribió a Pío IX ese mismo año: “Hace mucho tiempo que soy un zuavo, aunque indigno, de vuestra santidad. Mis armas son la oración y el sacrificio” (RL, p. 146).
 |
La gruta era para la vidente “su Cielo en la tierra”
|
Sin embargo, a pesar de toda esta elevación de alma y constante preocupación por la gloria de Dios, durante el tiempo de recreo se mostraba amable y a veces incluso divertida, como lo narra una hermana en una carta: “¡Si supiese usted qué amable es! Lo que más me admira es su dulce sencillez y serenidad, incluso su jocosidad, que llega hasta la travesura durante los recreos… Se concibe que disfrutará de la más dulce beatitud. ¡Qué amables son los santos y qué bien se estará allá arriba en su buena compañía!” (carta de sor José Vidal, del 29-09-1873 – FT, p. 433).
Antes hemos mencionado cómo para Bernardita el peor de los males del mundo era el pecado, a diferencia de ciertos teólogos aggiornati para quienes el peor de los males es la pobreza. Bernardita amaba este estado, nunca se avergonzó de él e incluso deseó que su familia nunca lo abandonara. Así se lo hizo saber a alguien que, en la época de las apariciones, la invitó a París, donde se encargaría de administrar su fortuna: “¡Oh, no, no! ¡Yo quiero seguir siendo pobre!” (RL, p. 82). Más tarde, siendo religiosa, escribiendo al convento de Lourdes a respecto de sus hermanos, afirma: “Yo no pido que sean ricos, sino que amen al buen Dios y sean como deben ser”. Y a un sacerdote de Nevers que iba a Lourdes, le recomendó que dijera a sus hermanos que sirvieran a Dios y trabajaran, “pero que no se enriquezcan. Insistid en que no se enriquezcan” (RL, p. 159, FT, p. 455).
“No te prometo hacerte feliz en este mundo…”
Dice la Sagrada Escritura que Dios pone a prueba a quienes ama. Y Bernardita, muy amada por Dios, vivió un via crucis continuo: la pérdida de bienes hasta la indigencia en la infancia, el ultraje al honor familiar cuando su padre fue injustamente encarcelado por ladrón, los frecuentes lutos (de nueve hijos, el matrimonio Soubirous perdió cinco a temprana edad), una continua enfermedad estomacal y, sobre todo, la terrible asma que llevó a Bernardita varias veces a las puertas de la muerte. Afligida por la falta de aire, gritaba en esos momentos: “Abridme el pecho” (MSP, p. 186).
Siendo religiosa, su estado de salud se volvió aún más crítico: “Un asma crónica, desgarramiento del pecho, acompañado de vómitos de sangre que han durado dos años. Aneurisma (desarrollo de la aorta), una gastralgia, un tumor en la rodilla … Finalmente, durante los dos últimos años la caries ósea [según dicen, más doloroso que el más agudo dolor de muelas], de manera que su pobre cuerpo era el receptáculo de todos los dolores. Mientras tanto se fueron formando abscesos en los oídos de sor Marie Bernard [su nombre de religiosa], que la afligieron con una sordera parcial, muy penosa para ella, sin que cesase más que un poco antes de su muerte”; conforme a lo declarado por el padre Lebvre, su último confesor. Pero no se detiene ahí: “Un tumor anquilosó su rodilla… Sufrimiento atroz: una rodilla enorme, la pierna disminuida, sin saber cómo moverla. … Durmiendo, el menor movimiento de la pierna le arrancaba un grito… y esos gritos agudos impedían dormir a sus compañeras de enfermería. Ella pasaba las noches sin dormir…” (RL, p. 177).
Pero todos estos sufrimientos físicos serían menos crueles si a ellos no se añadiera el verdadero martirio del alma. Por una disposición de la Providencia, sus superioras, temiendo que le sucediera lo mismo que les había ocurrido a los pobres videntes de La Salette —tan inconstantes después de las gracias recibidas—, no escatimaron ocasiones para humillarla.
Lo peor de todo es que Dios también se veló: “Es muy doloroso no poder respirar; pero es mucho más penoso estar torturada por penas interiores. Es terrible” (RL, p. 174). Afirmaba estar clavada a su lecho como a la Cruz, exclamando: “Ahora mi pasión durará hasta la muerte” (MSP, p. 201). Y tendría que soportar dos años más de martirio…
 |
Aparición de la Virgen María en Lourdes, Nino Pirlato, 1957 – Fresco, iglesia de San Pantaleón de Courmayeur, Valle de Aosta, Italia
|
“…pero sí en el otro”
En cuanto murió Bernardita Soubirous, la noticia se propagó rápidamente no solo en Nevers, sino por toda la región. Se formaron colas interminables de personas para ver a “la santa” y pedir que tocaran objetos de piedad en aquel cuerpo martirizado. “Se veía a los obreros y obreras presentar ellos sus herramientas, ellas sus tijeras y dedales para que las hiciesen pasar sobre las manos de Bernardita. Muchos oficiales de guarnición la tocaron con la empuñadura de sus espadas y permanecieron luego largo rato en oración, al fondo de la capilla, con objeto de no impedir que se acercara la multitud” (FT, p. 514). Se dijo que todas las existencias de artículos religiosos se agotaron en las tiendas de Nevers…
Su tumba se convirtió en lugar de peregrinación, como ya lo era la gruta de Lourdes. Pero la mayor glorificación que la Iglesia concede a un fiel en este mundo le cupo a la humilde vidente de Lourdes el 8 de diciembre de 1933, fiesta de la Inmaculada Concepción, cuando sonaron las trompetas de plata del Vaticano y el Papa Pío XI, coronado con la triple corona en la Sede Apostólica, proclamó:
“En honor de la Santísima e indivisible Trinidad, para la exaltación de la fe católica y para el incremento de la religión cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y la nuestra, después de madura deliberación y habiendo implorado la ayuda divina … declaramos y definimos santa a la beata María Bernarda Soubirous y la inscribimos en el catálogo de los santos”. 
* Han servido como fuentes bibliográficas para este artículo las siguientes obras, que indicamos con las iniciales del autor y el número de página respectivo:
a. René Laurentin (RL), Vie de Bernadette, Desclée de Brouwer-Oeuvre de La Grotte, 1978.
b. Francis Trochu (FT), Bernadeta Soubirous, Herder, Barcelona, 1957.
c. Michel de Saint Pierre (MSP), Bernardette et Lourdes, Les Éditions de La Table Ronde, París, 1958.